La reorganización
de los sistemas productivos en torno al fenómeno de la virtualidad encuentra
soporte teórico en distintas corrientes de pensamiento estratégico, que
justifican su potencial para generar ventajas competitivas y rentas superiores.
Así, la Teoría de los Costes de Transacción, la Teoría de la Dependencia de
Recursos, la Teoría de Recursos y Capacidades y la Teoría del Conocimiento,
permiten argumentar teóricamente el proceso de rediseño de los sistemas
productivos que se está experimentando en la actualidad.
En un
principio, la teoría de los Costes de Transacción defendía la acumulación o
desarrollo interno de activos específicos y estratégicos a través de la
jerarquía o empresa (Coase, 1937; Williamson, 1975, 1985). Este hecho desafía
las teóricas ventajas derivadas de los procesos de virtualización, que suponen
el acceso y la explotación de los conocimientos de otras organizaciones con las
que se mantienen relaciones para lograr un objetivo común. Sin embargo, la
propia evolución de la Teoría de los Costes de Transacción reconoce las
limitaciones de acumular las competencias esenciales (Prahalad y Hamel, 1990) a
través de la jerarquía, especialmente en condiciones de incertidumbre
tecnológica extrema; además, son diversos los trabajos que obtienen resultados
empíricos que reconocen este fenómeno (Walker y Weber, 1984, 1987; Balakrishnan
y Wernerfelt, 1986; Harrigan, 1986; Robertson y Gatignon, 1998; Sutcliffe y
Zaheer, 1998; David y Han, 2004; García Muiña, 2004). Quizá, por ello, se
justifique que las empresas acudan, de forma complementaria, a los
conocimientos desarrollados por terceros agentes.
Estos
argumentos avalan el potencial estratégico de los sistemas organizativos
virtuales (Teece, 1998) y enlaza con los argumentos procedentes de la Teoría de
la Dependencia de Recursos (Aldrich y Pfeffer, 1976; Pfeffer y Salanzick,
1978), que apuestan por la necesidad de complementar, en este contexto de
complejidad y dinamismo, las competencias propias de una empresa con aquéllas
desarrolladas por otras. El hecho de que diversas organizaciones compartan sus
activos intangibles, les obliga a crear un idioma común, un contexto de
confianza y compromiso mutuo y una infraestructura de comunicación que permita
su eficaz explotación. Esto reconoce los beneficios derivados de la
codificación parcial de ciertas expresiones de conocimiento tácito, puesto que
mejora los procesos de identificación, transferencia, retención y explotación
de las rutinas y procesos de carácter estratégico (Faucheaux, 1997; Khalil y
Wang, 2002; García Muiña, 2004).
En ambas
líneas de pensamiento subyace, pues, la relevancia del control/posesión y uso
de conocimientos explícitos que complementen otros tácitos y específicos, lo
que demuestra la mayor agilidad y eficacia en la coordinación de las relaciones
entre los agentes y, por tanto, el potencial de estas estructuras de
producción.
En
coherencia con los planteamientos tradicionales de la Teoría de los Costes de
Transacción, el enfoque más clásico de Recursos y Capacidades, reconocía el
mayor potencial estratégico de los recursos específicos, difícilmente
imitables, transferibles y sustituibles por otras organizaciones (Wernerfelt,
1984; Barney, 1991; Grant, 1991; Amit y Schoemaker, 1993; Peteraf, 1993). Por
lo tanto, el hecho de transferir y explotar conocimientos entre distintas
empresas -principio básico de los sistemas virtuales-, no debería ser fuente de
ventajas competitivas según este enfoque de recursos.
Sin
embargo, la evolución de esta teoría -Enfoque de Capacidades Dinámicas (Teece
et al., 1997) y Teoría del Conocimiento (Nonaka, 1991, 1994; Nonaka y Takeuchi,
1995; Grant, 1996; Spender, 1996)-, reorienta el análisis hacia otras
cuestiones relacionadas con los procesos de desarrollo y acumulación de
conocimientos, y redefine los criterios para explicar el éxito organizativo.
Así, éstos se alejan de los tradicionales de imitabilidad y sustituibilidad de
los activos exclusivos de cada uno de los agentes independientemente
considerados, para pasar a evaluar el grado de agilidad que dichos activos
aportan a los procesos de adaptación del sistema virtual al entorno. En
definitiva, el nivel de análisis se traslada desde una única empresa al
conjunto de organizaciones que componen los sistemas virtuales.
Marco conceptual.
En la
literatura no existe una definición única para referirse al fenómeno de la
virtualidad, y cómo éste se puede aplicar a las empresas y su funcionamiento.
En sentido literal, un hecho u objeto virtual se caracteriza como algo que
existe aparentemente, pero que no es real[1] ;
esta aproximación general a la virtualidad da una primera idea de qué puede
implicar en el mundo empresarial -una empresa que parece existir de una
determinada forma que no es tal-.
Alejándonos
de aquellos enfoques que conciben la virtualidad empresarial como el simple uso
de tecnologías de la información y las comunicaciones por parte de
organizaciones tradicionales -perspectiva tecnológica de Noller (1997)-,
todavía se observa una gran heterogeneidad de planteamientos entre aquellos
trabajos que consideran que la virtualidad implica necesariamente la existencia
de múltiples agentes que cooperan para explotar, de forma conjunta, una
oportunidad de mercado -perspectiva estructural de Noller (1997)-. Según esta
segunda perspectiva, los sistemas virtuales deben definirse como un mecanismo
intermedio de organización de la actividad económica entre la jerarquía y el
mercado (Sieber, 1997), especialmente interesante para el desarrollo de
productos fuertemente innovadores y vinculados con las demandas particulares de
los clientes (Hodge et al., 1998; Jones y Bowie, 1998).
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