jueves, 7 de julio de 2016

Estrategias de la Virtualidad

Estrategias de la Virtualidad 

La reorganización de los sistemas productivos en torno al fenómeno de la virtualidad encuentra soporte teórico en distintas corrientes de pensamiento estratégico, que justifican su potencial para generar ventajas competitivas y rentas superiores. Así, la Teoría de los Costes de Transacción, la Teoría de la Dependencia de Recursos, la Teoría de Recursos y Capacidades y la Teoría del Conocimiento, permiten argumentar teóricamente el proceso de rediseño de los sistemas productivos que se está experimentando en la actualidad.
En un principio, la teoría de los Costes de Transacción defendía la acumulación o desarrollo interno de activos específicos y estratégicos a través de la jerarquía o empresa (Coase, 1937; Williamson, 1975, 1985). Este hecho desafía las teóricas ventajas derivadas de los procesos de virtualización, que suponen el acceso y la explotación de los conocimientos de otras organizaciones con las que se mantienen relaciones para lograr un objetivo común. Sin embargo, la propia evolución de la Teoría de los Costes de Transacción reconoce las limitaciones de acumular las competencias esenciales (Prahalad y Hamel, 1990) a través de la jerarquía, especialmente en condiciones de incertidumbre tecnológica extrema; además, son diversos los trabajos que obtienen resultados empíricos que reconocen este fenómeno (Walker y Weber, 1984, 1987; Balakrishnan y Wernerfelt, 1986; Harrigan, 1986; Robertson y Gatignon, 1998; Sutcliffe y Zaheer, 1998; David y Han, 2004; García Muiña, 2004). Quizá, por ello, se justifique que las empresas acudan, de forma complementaria, a los conocimientos desarrollados por terceros agentes.
Estos argumentos avalan el potencial estratégico de los sistemas organizativos virtuales (Teece, 1998) y enlaza con los argumentos procedentes de la Teoría de la Dependencia de Recursos (Aldrich y Pfeffer, 1976; Pfeffer y Salanzick, 1978), que apuestan por la necesidad de complementar, en este contexto de complejidad y dinamismo, las competencias propias de una empresa con aquéllas desarrolladas por otras. El hecho de que diversas organizaciones compartan sus activos intangibles, les obliga a crear un idioma común, un contexto de confianza y compromiso mutuo y una infraestructura de comunicación que permita su eficaz explotación. Esto reconoce los beneficios derivados de la codificación parcial de ciertas expresiones de conocimiento tácito, puesto que mejora los procesos de identificación, transferencia, retención y explotación de las rutinas y procesos de carácter estratégico (Faucheaux, 1997; Khalil y Wang, 2002; García Muiña, 2004).
En ambas líneas de pensamiento subyace, pues, la relevancia del control/posesión y uso de conocimientos explícitos que complementen otros tácitos y específicos, lo que demuestra la mayor agilidad y eficacia en la coordinación de las relaciones entre los agentes y, por tanto, el potencial de estas estructuras de producción.
En coherencia con los planteamientos tradicionales de la Teoría de los Costes de Transacción, el enfoque más clásico de Recursos y Capacidades, reconocía el mayor potencial estratégico de los recursos específicos, difícilmente imitables, transferibles y sustituibles por otras organizaciones (Wernerfelt, 1984; Barney, 1991; Grant, 1991; Amit y Schoemaker, 1993; Peteraf, 1993). Por lo tanto, el hecho de transferir y explotar conocimientos entre distintas empresas -principio básico de los sistemas virtuales-, no debería ser fuente de ventajas competitivas según este enfoque de recursos.
Sin embargo, la evolución de esta teoría -Enfoque de Capacidades Dinámicas (Teece et al., 1997) y Teoría del Conocimiento (Nonaka, 1991, 1994; Nonaka y Takeuchi, 1995; Grant, 1996; Spender, 1996)-, reorienta el análisis hacia otras cuestiones relacionadas con los procesos de desarrollo y acumulación de conocimientos, y redefine los criterios para explicar el éxito organizativo. Así, éstos se alejan de los tradicionales de imitabilidad y sustituibilidad de los activos exclusivos de cada uno de los agentes independientemente considerados, para pasar a evaluar el grado de agilidad que dichos activos aportan a los procesos de adaptación del sistema virtual al entorno. En definitiva, el nivel de análisis se traslada desde una única empresa al conjunto de organizaciones que componen los sistemas virtuales.

Marco conceptual.
En la literatura no existe una definición única para referirse al fenómeno de la virtualidad, y cómo éste se puede aplicar a las empresas y su funcionamiento. En sentido literal, un hecho u objeto virtual se caracteriza como algo que existe aparentemente, pero que no es real[1] ; esta aproximación general a la virtualidad da una primera idea de qué puede implicar en el mundo empresarial -una empresa que parece existir de una determinada forma que no es tal-.
Alejándonos de aquellos enfoques que conciben la virtualidad empresarial como el simple uso de tecnologías de la información y las comunicaciones por parte de organizaciones tradicionales -perspectiva tecnológica de Noller (1997)-, todavía se observa una gran heterogeneidad de planteamientos entre aquellos trabajos que consideran que la virtualidad implica necesariamente la existencia de múltiples agentes que cooperan para explotar, de forma conjunta, una oportunidad de mercado -perspectiva estructural de Noller (1997)-. Según esta segunda perspectiva, los sistemas virtuales deben definirse como un mecanismo intermedio de organización de la actividad económica entre la jerarquía y el mercado (Sieber, 1997), especialmente interesante para el desarrollo de productos fuertemente innovadores y vinculados con las demandas particulares de los clientes (Hodge et al., 1998; Jones y Bowie, 1998).


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